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Revista Zero Junio 2013.

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La Mendoza que desconocemos.

Por @chanchoalado

 

Leonardo Cristian Rey tenía muchísimos problemas con la esposa y por esa razón nunca llego a ser una estrella de rock mendocino.

Aparentemente, los problemas de Leonardo, o Keki, como le decían sus amigos, comenzaron desde su infancia, donde las relaciones con las primeras mujeres de su vida se mostraron conflictivas y dejaron huellas profundas en él.

Su madre, Hilda Nélida Racotta, una rígida maestra rural, solía golpearlo fuerte en las piernas con una varilla de sauce, verde. Leonardo intentaba evitar esto vistiendo pantalones largos, pero su padre, Obdulio Rey, se oponía terminantemente, ya que en aquellas épocas, el pantalón largo marcaba el tránsito de la niñez a la adultez, y Leonardo apenas tenía 8 años. Su hermana Cristina, adoptada, era 10 años mayor que Leonardo, y disfrutaba humillándolo de manera vergonzosa. Eran comunes las situaciones donde, por medio de engaños, exponía a su hermano a momentos terribles de degradación, como aquella vez, donde vendándole los ojos con la promesa de jugar al "gallito ciego", lo hizo aparecer, en calzoncillos, en el hall de la Facultad de Ciencias Políticas durante una toma, con una remera que decía: "El Che Guevara se murió por pelotudo".

Leonardo Rey nunca pudo terminar una carrera, pero encontró su vocación tras las 6 cuerdas de una guitarra. Pronto se encontraba rasgando acordes de libertad, que lo sacaban de su difícil adolescencia, de la compleja relación con sus padres, y del duelo por la trágica muerte de su única hermana, adoptada, que fuera engullida por una trilladora Case International 1660 en un campo de Granadero Baigorria, en Entre Ríos, durante una práctica profesional a la que había asistido junto a compañeros de facultad.

Eran años de juventud, sueños y energía inagotable, en los que Leonardo, rápidamente se afianzo en el dominio de su instrumento, llegando a tener una técnica impecable, y una gran facilidad y virtuosismo para componer. A la temprana edad de 13 años forma su primera banda, en Capdeville, Las Heras, donde surgen algunas de las luego legendarias composiciones que lo transformaron en un músico de culto, como "Chupame la camiseta", "Agarren una zapa, jipis de mierda", o la exitosa "Poto cuyano". Taciturno y esquivo, se refugió en el Death Metal, espacio que le permitió alejarse de su madre, que insistía en golpearlo, ya con elementos cada vez más contundentes. Fue justamente luego de uno de estos episodios de violencia, donde Hilda le hiciera perder tres piezas dentarias al golpearlo en la boca con una escofina que tenía en la mano mientras perfilaba una mesa de luz, cuando Leonardo decide huir de su casa.

Esa misma noche, se escapa y se instala en la casa de Fefi Gutiérrez, más conocido como "el bife de hígado", de 43 años, que vivía solo en un monoambiente en Panquehua. Juntos, forman la reconocida banda de Trash Metal "Vomito Lasherante", con la que comenzaron a recorrer el circuito mendocino con singular éxito.

Fue una tarde, mientras tocaban su hit "Vendimia para qué?" en la cancha de Huracán Las Heras, en el entretiempo de un accidentado partido versus Cicles Club Lavalle, cuando conoció al amor de su vida.

Fue instantáneo.

Romina Cáceres escupía copiosamente a un oficial de infantería a través del alambrado, y en un momento sus miradas se cruzaron. Su flequillo rolinga a contraluz, y el deflagrar de la saliva al golpear el casco del policía, teñida del dorado del atardecer, se movían frente a los ojos de Leonardo en slow motion. Estaba obnubilado, preso de un amor tan fulminante como el ladrillazo que lo dejo inconsciente en el piso, mientras parte de la hinchada del melonero se llevaba su equipo Selmer Truevoice Thunderbird Twin Fifty, que le había traído de Chile su tío Roque metido adentro de un tanque de fibrocemento.

Cuando Leonardo recobro el sentido en una camilla del Hospital Central, lo que vio le cambio la vida para siempre: junto a él, tomándole la mano, estaba Romina, con el pelo pegoteado por la sangre seca y una remera de Misfits. Fue amor a primera vista, y nunca más se separaron.

Pasaron días, tardes y noches completas donde Romina y Leonardo forjaron su amor. Si bien, el muchacho perdía el conocimiento cada tanto, Romina se mantenía firme junto a él, y aprovechaba los momentos de lucidez para leerle fragmentos de su libro preferido: “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación”, de Vladimir Ilich Lenin.

La siguiente semana, cuando el Doctor Borigliotti le dijo a la madre de Leonardo que su hijo había recuperado el sentido del gusto, el equilibrio, y tres piezas dentales que fueron encontradas en el césped del campo de juego por Don Belarmino Gutiérrez, el canchero de Huracán Las Heras, comenzaron los verdaderos problemas para el talentoso músico.

Hilda nunca aprobó a Romina, y de hecho la odiaba profusamente. Se lanzaban miradas criminales y gestos de desaprobación todo el tiempo, sobre todo cuando Romina se sentaba en el piso de la habitación a beber de un cartón de vino tinto, o cuando armaba cigarrillos de marihuana sobre la cama donde reposaba Leo. La relación se iba poniendo cada vez más tensa, y los días de recuperación de Leonardo se hacían eternos. Hasta que llego el día del accidente.

Ese viernes, Hilda llego temprano a visitar a su hijo, que estaba profundamente dormido. Como todas las mañanas, le llevaba un par de bizcochitos de anís de la panadería “La Chiquita”, la preferida de Leo. Al ingresar al cuarto, noto con desagrado un fuerte olor a vino, ruda y algo que no podía distinguir con claridad. Un olor acre, fulminante e insoportable. Romina yacía en la cama de los acompañantes, totalmente cubierta por su propio vómito, y debajo de la cama, un charco de vino tinto. Hilda abrió la ventana del cuarto, y haciendo caso omiso de la desagradable escena, se dispuso a desayunar con su hijo. Leonardo no reaccionaba. Hilda comenzó a moverlo un poco, y a hablarle con voz firme al oído. Al notar que no había respuesta, le aplico un furibundo cachetazo que hizo saltar por los aires la bigotera que le proporcionaba oxígeno. Nada. Leonardo no se despertaba. Hilda tomo esto como una muestra de mala educación hacia ella, que se había tomado el trabajo de llevarle sus facturas preferidas, así que, enfurecida, tomo el teléfono de la habitación, arranco el cable, lo enrollo en el cuello de Leonardo, y mientras tiraba de el con una mano, con la otra golpeaba desaforadamente la cabeza del músico con el tubo. Mientras sucedía todo esto, Romina despertó con el escándalo. Aun drogada y alcoholizada, vio con horror como su suegra golpeaba al amor de su vida y no pudo resistirse. Tomo su pequeño morral tejido, cubierto de pines de sus bandas preferidas, metió la mano en él y saco un cuchillo tramontina, de cachas plásticas, negras, se incorporó a duras penas, y sin dudarlo, le aplico 73 cuchillazos a Hilda en la zona renal.

Romina, desesperada, llamo a su primo Luis “el Ocote” Cáceres y le pidió que la viniera a buscar. Luis llego en su Fiat IAVA, subieron rápidamente al asiento trasero al convaleciente Leonardo y se dieron a la fuga. Hilda salvaría su vida de milagro porque minutos después de ser acuchillada, entraron a la habitación un par de mormones para promulgarle sus creencias y se encontraron con la horrible situación.

Luego de unos meses de ocultamiento y fuga de la policía, Leonardo comenzó finalmente a recuperar su vida normal, aunque nunca pudo volver a tener del todo la movilidad en su mano izquierda, lo que lo sumió en una profunda depresión al notar que su habitual talento para la guitarra se había visto sumamente disminuido. Poco a poco intento volver a tocar su instrumento, y a componer sus hermosas canciones. Pero la convivencia, la vida de pareja cambiaria todo, y lo que fue un enamoramiento prístino y honesto, se transformó en décadas de opresión y sometimiento.

Leonardo sufrió privaciones de todo tipo en pos de su carrera musical. Romina Cáceres no aprobaba su estilo de vida, y comenzó lentamente a ser un obstáculo en su apuesta. Día tras día, la corpulenta mujer se ocupaba de abatir el sueño de Leonardo. Comenzó vendiendo sus equipos, sus cables y hasta una guitarra criolla marca Martiri Romántica, modelo E que le obsequiara su querido tío Nito. Esto golpeo mucho a Leonardo, que ya casi no se levantaba del lecho, salvo para tocar su guitarra eléctrica. Una noche, Leonardo había hervido las cuerdas de su guitarra Faim para darles un poco más de vida, y sin decirle nada, Romina le sirvió el agua como un caldo, en el que echo una papa chica, y dos hojas de laurel. Esto enfureció tremendamente a Leo, además de hacerlo pasar una noche en el Hospital Lencinas, envenenado con una mezcla de níquel y plata de muy baja calidad.

Sin embargo, nada de esto detuvo al talentoso músico, que rápidamente formo una nueva banda, esta vez con un reconocido bajista de San Rafael, el Sergio Miralles, con el que, junto al “zurdo” Recabarren, gran baterista de Bowen, se hicieran llamar: “Cabeza de alcayota”. Con esta rutilante formación grabaron 3 discos: “Vendimia, para qué?”, en 1978; “Porteño puto”, grabado en 1983 y “Guarda que un día van a venir por el agua”, de 1984, que fuera pionero en tocar la temática ecologista. De ese álbum, Luis Alberto Spinetta selecciono el track 6 del lado A: “Lampazo en la vereda”, para hacer una versión en su disco “Madre en años luz”, pero termino desestimando la idea, tras una violenta escaramuza con Romina, la esposa de Leonardo, quien lo tratara de “inútil de mierda”.

Miralles abandona a Leonardo tras este desafortunado suceso, dejándolo nuevamente solo. Sin dinero, sin propuestas y viviendo en la necesidad total, el guitarrista decide darle un giro a su carrera, y explorar estilos más masivos, que pudieran generarle ingresos, y que saciaran un poco la sed de Romina por la compra indiscriminada de estupefacientes. Es entonces, en aquel frio otoño de 1986, que forma, junto a varios músicos del barrio, la banda “Keso de Kabra con manzana akaramelada”. Eran las épocas del Ska, y los bailes se llenaban de jóvenes dispuestos a la diversión y a los excesos.

Leonardo comenzó a trabajar muy bien, haciendo entre 25 y 32 bailes por fin de semana. Todavía se recuerdan algunos conciertos inolvidables, como aquel del 25 de mayo de 1987, en Aeropuerto Musical Bailable, donde quedaron afuera 25000 fanáticos que coreaban el hit de “Keso de Kabra”: “Saltando como choco envenenado”. Rápidamente los shows, el éxito y el dinero comenzaron a multiplicarse exponencialmente.

Leonardo compro una hermosa casa en el barrio Ujemvi, y comenzó unas obras en el fondo para hacer una pileta y un quincho, para recibir amigos y disfrutar con su amada mujer. Todo parecía mejorar en la vida de la pareja, habían superado momentos muy duros y hoy la vida parecía sonreírles. Había dinero, tenían su casa propia, y el futuro se veía prometedor. Pero aquella noche todo cambiaria. Leonardo y Romina descorcharon un espumante sabor frutilla, y brindaron por su buena suerte. Una tras otra las botellas fueron pasando hasta que el músico cayó en un sueño muy profundo. Romina, completamente borracha, decidió salir al jardín a tomar aire. La sensación de bienestar era tal, que, envalentonada, comenzó a danzar a un ritmo imaginario. Frenéticamente, saltaba y se arqueaba sobre sí misma, y movía sus brazos como poseída por algún demonio invisible. Fue en ese momento, que trastabillo, y cayó al agujero del pozo ciego que se encontraba destapado. Nunca más se supo de ella.

A la mañana siguiente, Leonardo despertó con la trágica escena, y entre lágrimas compuso “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, exitoso tema cuya partitura le fuera robada de su casa. Aquel invierno de 1987 marco el final de su carrera, cuando Los Fabulosos Cadillacs, editaron “Yo te avise”, y alcanzaron doble disco de platino incluyendo una versión del tema del músico mendocino.

Leonardo considero que todo el universo le estaba haciendo ver que la música no era lo suyo. Abatido, cansado y resignado, junto lo que le quedaba de sus éxitos con Keso de Kabra y puso un almacén en el barrio, en el cual ha trabajado sin parar hasta la actualidad.

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