La Mendoza que desconocemos.
Por @chanchoalado
Juan Timoteo Aparicio Ramírez vino con su familia desde el Uruguay en 1974 y se estableció en una cómoda casa del Barrio Alimentación. Artesano de profesión, había aprendido de muy pequeño el arte de trenzar cueros de animales, siendo su especialidad la trenza holandesa con cuero de Rana Roncadora, científicamente conocida como Scinax Granulatus.
Tras unos meses de infructuosa búsqueda, se dio cuenta que en Mendoza no existían tales batracios. Ramírez pasó un par de años prolíficos trabajando en la curtiembre “El descarne cuyano“, hasta que llegó la fatídica noticia que cambiaría todo: su hijo, Cristian Anolindo Ramírez, había sido expulsado del colegio secundario por un confuso episodio con la profesora de Literatura. “Escúcheme, Ramírez, yo comprendo que ustedes son uruguayos, pero mostrarle la garompa a una profesora en medio de una clase, es algo que esta institución no va a tolerar”, fueron las sombrías palabras del Director del establecimiento, Don Cornelio J. Musifantti.
No pasó mucho tiempo hasta que la vergonzosa noticia llegase a los oídos del dueño de la curtiembre, quien –indignado- despidió sin aviso ni indemnización al uruguayo curtidor. De pronto, la realidad de la familia Ramírez se vio seriamente alterada, ya que sin empleo, la manutención de sus 14 hijos, mas su madre, Olga Radicación Tangari, de 112 años, se volvía una empresa utópica.
Juan Timoteo Aparicio se hundió en los brazos del alcohol. Desesperado, vivía ahora con toda su familia en el depósito trasero de su amigo de la curtiembre, Miguel Ángel Gallardo. Aquella noche, su amigo le ofrece asociarse y comenzar un emprendimiento: una fábrica de alpargatas. Juan Timoteo Aparicio Ramírez, emocionado y completamente borracho, intenta abrazar a su amigo y resbala, cayendo sobre un rastrillo que estaba sobre el piso y al incrustarse en su garganta lo mata de inmediato.
Tras la tragedia, Cristian Anolindo Ramírez se culpa de la muerte de su padre, y decide llevar adelante el negocio que le ofrece Gallardo. Es entonces cuando juntos fundan la exitosísima empresa “El Rey de la Alpargata Bigotuda”, vigente hasta nuestros días. El comercio crece exponencialmente, llegando a tener en 10 años la abrumadora cifra de más de 350 mil diseños originales. Por la tristeza y la culpa por la muerte de su padre, Anolindo deja el manejo de la empresa a su hermano Bertoldo, sumido en una profunda depresión.
Una tarde, accidentalmente, experimentando con alpargatas, sobretodo con el yute, ese noble material con el que se fabrican las suelas, descubre que al mojarlas con diferentes soluciones, y secándolas al sol, consigue sorprendentes resultados sonoros al percutirlas con las manos o con baquetas.
Habiendo pertenecido a la escuela Ansina de percusión, Anolindo rápidamente arma unos precarios tambores munidos con sus alpargatas a modo de parche y forma una cuerda. Consigue rápidamente un sonido único en un repique, lo que lo envalentona para seguir intentando. Mojando una alpargata en una mezcla de agua, dulce de tomate y gasoil, y secándola dos días al sol, logra un parche para el chico con unos armónicos y tonalidades muy superiores al de potro, o inclusive a los modernos parches sintéticos.
En muy corto tiempo, Cristian Anolindo Ramírez, se encuentra produciendo tambores de una calidad y un sonido nunca antes visto. Comienzan a buscarlo músicos, ya no del Uruguay, sino de todo el mundo, y su nombre “Anolindo Percusión” se transforma en la vanguardia para millones de percusionistas en todo el mundo.
Anolindo nunca superó la muerte de su padre y desapareció en 1988. Nunca más se supo de él.
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