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Revista Zero. Febrero 2014.

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La Mendoza que desconocemos.

Por @chanchoalado

Desde pequeño, Gerardo Gámez fue marginado por sus amigos y familiares por una particularidad: la mala suerte lo rondaba. Fue en su primer cumpleaños cuando comenzaron las sospechas sobre su supuesta condición de jettatore, o de “piedra”, luego de que su tío, Ramón Augusto Gámez se inclinara a encender la pequeña vela con forma de Nelson Pedro Chabay, el rustico defensor uruguayo, campeón con huracán en 1973. Ante la alegría inconmensurable de la familia, el tío encendió su encendedor Carusita y súbitamente, su pilosa cabellera y patillas se prendieron fuego. Como una exhalación, el incendio se extendió a las cortinas de drapeé de su madre. Fue un milagro que las 38 personas que estaban esa tarde en la casa de Gerardo se salvaran.

A medida que fue creciendo, Gerardo desarrolló un profundo interés por la música. Se pasaba las tardes con su abuela Herminda escuchando la LV10 y tarareando melodías de Camilo Sesto, Juan Bau y Jairo. Nadie pudo superar la trágica muerte de la abuela, que se quedó dormida en su mecedora de mimbre y pereció al desprenderse el alero de la galería que daba al oeste en la vieja casa familiar, que cayó implacable sobre ella, aplastándola en el acto. Gerardo estaba a su lado.

Tras mucha insistencia, consiguió asistir a su primer recital: Los Parchís en el Estadio Pacífico. Deslumbrado por las luces y el estridente sonido, fue avanzando hacia el escenario, donde miles de niños gritaban eufóricos los nombres de sus ídolos. Tras forcejeos y esfuerzo, consiguió tocar la mano de Tino.

Ya en la adolescencia, Gerardo fue un enamorado más del rock. Formó su primera banda de garaje con su amigo Leonardo Raviolo, que estudiaba piano desde los 5 años. Gerardo hacía sus primeras armas en la guitarra y a veces el bajo, y el dúo ya se animaba a componer sus primeras canciones. En el segundo ensayo de la banda, Gerardo y Leonardo hicieron un alto para ir a comprar tortitas raspadas al almacén de la Rosmery Condorí. A las dos cuadras, a Leonardo se le salió la cadena de su Aurorita plegable rodado 20, y rápidamente se bajó a colocarla, ante la mirada de Gerardo desde la vereda. La engrasada cadena atrapó la mano de Leonardo, que en la desesperación, intento sacarla a la fuerza, perdiendo de inmediato todos los dedos. Al intentar ayudarse con su otra mano, ésta también se vio apresada, quedando seriamente mutilada.

Hombre de no bajar los brazos, Gerardo siguió en el rock, inclusive trabajando eventualmente como plomo de algunas bandas que tenían rodaje nacional e internacional. Tal fue el caso de Los Enanitos Verdes, que contrataron a Gerardo para la gira de Mexico en 1985. Tras el concierto en el Teatro Lázaro Cárdenas, del Estado de Michoacán, se registró un sismo de casi 9º en la Escala Mercalli donde murieron cerca de diez mil personas.

Sin verse abatido por la dura realidad que lo circundaba, Gerardo siguió adelante con su sueño de trabajar en la industria del rock, pero viéndose sin espacio en Mendoza, decidió probar suerte en la vecina República de Chile, donde tras unos primeros meses difíciles, en Febrero de 1990 consigue un contacto laboral con Los Prisioneros, emblemática agrupación de protesta trasandina. Rápidamente se hizo amigo íntimo del líder de la banda, Jorge González, y terminó convenciéndolo de que en su disco “Corazones” debía cambiar radicalmente el sonido y la lírica de la mítica banda chilena. El 24 de Octubre, González anuncia la separación del grupo.

Gámez sigue trabajando en la industria chilena, desde hace algunos años es parte del staff de La Ley.

Gracias Mauricio Zuza. http://chanchoalado.blogspot.com

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