La Mendoza que desconocemos.
Por @chanchoalado
“Ernst Gomez Bonaqua y su perro sin marrón” vendió 132.473 copias y colapsó durante 43 minutos el local de Ellior, sobre Avenida San Martin, al lado de Casa TIA, generando todo tipo de disturbios, entre los que se recuerda el cinematográfico escape de Cristián Bernabé Zúñiga, veterano cajero del Banco de Mendoza, que intentó colarse y termino corriendo semidesnudo y cubierto de sangre por calle Buenos Aires hacia el este perseguido por una turbamulta enardecida.
Ernst Gomez Bonaqua llegó a Mendoza en 1948 con 4 años de edad. Su madre, Helga Scheißkerl había muerto durante el cruce de la cordillera a lomo de mula y su cuerpo fue traído a Mendoza para darle cristiana sepultura. Su padre, Genaro Bonaqua, debió hacerse cargo de su nueva vida en Argentina, y de su pequeño hijo Ernst, al que bautizaran con el segundo nombre de Gomez, en honor al apellido del párroco de la iglesia Der Heilig Spieler, de la colonia alemana “Freudig Gaskammer”, en Santiago.
Los primeros tiempos de los Bonaqua en Mendoza fueron muy duros, sin trabajo y sin papeles, los días pasaban lentos como caca resbalando por un parabrisas. Genaro Bonaqua hizo lo que pudo para mantener en buenas condiciones a Ernst Gomez y asegurarle una educación y un techo. Un padre amoroso, responsable, que trabajó como mozo, lustrabotas, repartidor de soda, chofer de carro atmosférico, repositor de carro atmosférico, vaciador de acequias y sobador de viejas con gota. Todos estos conchabos iban alternados con períodos de desocupación en los que padre e hijo debían rebuscárselas para sobrevivir. En junio de 1956, a cambio de la limpieza periódica de los pliegues abdominales de su postrada y obesa esposa, el Maestro Luis Patricio Mingiaflora comienza a darle a Ernst clases de guitarra y música: solfeo y armonía. Esto le trajo muchos problemas con su padre, que al enterarse, estuvo con un pico de presión por la rabia que le produjo saber que su hijo no sólo no cobraba dinero alguno por su trabajo, sino que lo canjeaba por una actividad que para él era fútil e innecesaria.
A comienzos de la década del 60, un amigo de Genaro, le ofrece hacerse cargo de un puesto de chivos en la zona de Canota, esto le garantizaba un ingreso, comida y estabilidad para él y su hijo Ernst, que crecería rodeado de naturaleza y paz. Aquel invierno de 1961, el más duro que se recordara en Mendoza desde 1822, Genaro y Ernst se instalaron en el puesto “Las Verijas”, en cuya entrada colocaron una cruz con el nombre Helga, en honor a su amada esposa y madre.
Los días de Ernst pasaban entre juntar la manada de chivos, limpiar los corrales, llevar agua desde el arroyo a la casa, ayudar a su padre con la mecánica del motor Willys Continental, de 6 cilindros de 3.707 cc de su Estanciera y, sobretodo, en sus ratos libres tocar la guitarra. Esto era lo único que hacia realmente feliz a Ernst Gomez Bonaqua. El joven de 17 años llenaba su soledad de música en los cerros y de vez en cuando se frotaba con una cabra medio zaina que le proporcionaba placeres sexuales. Fue para ella el primer tema que compuso Ernst: “Queso y Ricotta”. La vida iba bien para los Bonaqua, que finalmente gozaban de cierta tranquilidad financiera, hasta aquel fatídico viento Zonda de 1964.
Ernst, como todos los jueves, había ido con “Emma”, su amada cabra, hasta el arroyo. Allí pasaban la tarde entre canciones, besos y arrumacos. Pero aquel día soplaba un Zonda endemoniado. Emma, presa de la tensión, trepó un cerro, y tras una ráfaga furiosa cayó despeñada unos 35 metros y se quebró el cuello. Esto destruyó a Ernst, que decidió dejar a su padre solo y huir a la ciudad a comenzar su carrera solista, que fue un éxito, hasta que Genaro, su padre, falleció y tuvo que volver a “Las Verijas” a hacerse cargo del puesto, en 1987.
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