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Revista Zero. Septiembre 2014

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La Mendoza que desconocemos.

Por @chanchoalado

El 18 de noviembre de 1984 Guillermo Condorí, reunido con su comunidad en la casa de Avelino Maure, casi esquina Francisco Moyano, pronuncia unas palabras en un tono calmo y tibio que llevaron a 38 personas a cometer un suicidio masivo. También falleció “Panchita”, la perra de la señora Yolanda, al caérsele encima su obesa dueña, ya sin conocimiento.

Condorí había nacido en Ugarteche, de padre boliviano y madre húngara, heredó algunos rasgos maternos, que mezclados con la fuerte genética del altiplano le dieron un aspecto extravagante, que le valió el mote de “boliviano de lujo”, seguramente por sus intensos ojos esmeralda, con un 14% de malva, que le otorgaban un brillo especial en la mirada. Guillermo tenía un carisma inigualable, y ya de pequeño se ganaba la indulgencia de maestros y profesores que simplemente sucumbían ante los encantos del pequeño de piel marrón y cabellos rubios.

Oswaldo, el tío de Guillermo, venía seguido de visita a Mendoza y tenía un especial cariño por su sobrino y para su cumpleaños número 18 le regaló su instrumento preferido: un erke. Guillermo alternaba sus días entre el trabajo y la música, tocando en cumpleaños o bautismos con su banda “Pete de momia”, donde, ataviados con brillantes trajes, interpretaban sendos covers de Canibal Corpse y Napalm Death con ritmo de taquirari y carnavalito, embellecidos por los solos de erke del joven Condorí, que a veces duraban varios minutos.

A los 20 años Guillermo se fue de la casa de sus padres, y se mudó a la ciudad. Para pagar sus gastos hacía changas, y en una de ellas le sucedió aquello que cambiaría su vida para siempre. Aquel caluroso mediodía de enero, Guillermo y su amigo Roque, “el saltaligustrines”, estaban colocando una membrana asfáltica. Atontado por el calor y cegado por el reflejo del sol, Guillermo trastabilla y evita caerse del techo aferrándose de un sombrerete, posiblemente de un eskabe pobremente instalado. Guillermo queda estupefacto y aún confundido se sienta sobre unas maderas y se apreta fuertemente un testículo, lo cual lo sumerge en un estado de trance súbito que dura varios minutos. Al volver en si tras los furibundos cachetazos que le aplicaba el saltaligustrines, Condorí le dijo a su amigo en perfecto húngaro: “Én vagyok az egyetlen, aki megmenti”. Roque lo miró unos interminables segundos y sin mediar palabra le dio un golpe con la garrafa que lo dejo inconsciente.

A la mañana siguiente, Guillermo le explico a su amigo, que esas palabras significaban “yo soy quien los salvará” y que vinieron a su mente pronunciadas por su bisabuela Ildiko, quien se le apareció desnuda, montando un pecarí y arando surcos en la tierra con sus gigantescos pezones, y le dijo que él era quien debía librar a su pueblo del fin del mundo.

Rápidamente se corrió la voz, y comenzaron a reunirse los seguidores de Guillermo en su casa, formando una comunidad donde se practicaba el sexo libre, donde las orgías eran constantes y donde el joven Condorí se alzaría como un líder carismático, magnánimo. Este grupo fue bautizado como “La secta sección”.

Condorí creía que el fin del mundo llegaría inevitablemente y que el anticristo se había encarnado en el capitalismo y en la vendimia. Los abusos sexuales, las golpizas, las drogas, el consumo indiscriminado de lupines y todo tipo de excesos eran el lenguaje cotidiano dentro del grupo, que sufría constantes denuncias de vecinas bigotudas y el acoso de la prensa.

Aquel lunes compró dos docenas de empanadas e invitó a sus discípulos a beber un vino patero y mirándolos les dijo: “se viene un terremoto de padre y señor nuestro y nos va a hacer recagar a todos, así que le puse estricnina al vino y chau picho”. El grupo colapsó en un pandemonio espantoso. En la debacle, el caos y el griterío, Guillermo tomó su erke y tocó unas suaves notas que lo acompañaron hasta su muerte.

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